"Él no lo sabe. Estamos juntos y no lo sabe. Vivo en su alma y respiro sus segundos, pero no lo sabe. Me escondo, y él la ve a ella sólo porque yo me escondo. Y cuando gira la vista me hago grande y lleno su alma, y él llena la mía. No se da cuenta de que cada suspiro es un beso que falta, que me falta, y me río. No me conoces, me diría, y otra vez me reiría. Le conozco porque duermo acurrucada en sus brazos, y él, ingenuo, no lo sabe.
Cuando atravieso sus ojos, una de esas veces que nos vemos, doy vueltas por su cuerpo y le acaricio. Evito a medias un ronroneo, carraspeo, me ruborizo y miento. Mil veces me miento, una por cada sonrisa que imagino en sus labios, pero que no llega. Yo espero, y mientras aguardo el momento me enredo en su pelo y me río de nuevo. Me gusta el juego del cariño, con él es diferente, ni me aburro, ni me rindo, ni pierdo.
Mientras tanto no sé qué hago con el cuerpo, creo que es mi mente quien se ocupa de ello, porque el espíritu vuela libre y todo desaparece, menos él, porque él no sabe, no puede, y yo, ni siquiera lo intento. Cuando no le veo, cuando hace mucho tiempo que no le veo, como hoy, es cuando más le quiero, porque cuando le veo me frustro, le lloro, le odio. Pero cuando no está todo es sencillo, simplemente le echo de menos. Me sorprendo contando los días que quedan para la nueva inspección de su cuerpo.
De repente es él quien está dentro del mío, absorto arreglándome por dentro, es cuando más cuidado tengo, ando de puntillas y me subo hasta el techo, me siento en un columpio y moviendo las piernas le observo. Si hago algún ruido despierta anonadado en su mundo, que aun no es el mío, sin comprender qué ni cómo ha sido.
Y piensa en ella, no me gusta, pero piensa en ella. Y entonces todo se desmorona, yo sollozo y me caigo del techo, sólo para que vuelva, pero no lo hace porque está pensando en ella. Me rindo, me muero, y, entonces, siempre lo mismo: una amapola en mi pecho. Y un ruiseñor en un alcornoque que tararea Stravinsky sin quererlo. Y entonces vuelvo a la vida pensando que “en su juego nunca pierdo”.
Le vi sentado allí, así fue la primera vez, por supuesto que me acuerdo. Hará ya sus cinco años pero aun recuerdo el momento. De repente nos hablábamos un poco, y de repente mi lamento eran sus brazos y su pelo. ¿Cómo pararlo? ¿Por qué pararlo? La luna está aun arriba para recordarlo. Ella sabe que es culpable el cielo de agosto, y ahora ya no soy tormenta, sólo nube evaporada en su rostro.
Sueño, por supuesto que sueño, pero no con él porque ya le tengo. Sueño con el sabor de sus besos, sueño con la textura de cada centímetro de su piel. Y con sus dedos, con la ecuación que le impulsa a moverlos, sueño con las ondas que genera su movimiento.
Su espalda, reposa tranquila en mi alcoba, ella lo sabe todo, también le adora. ¿Cómo no va a ser consciente? Si cuando se gira le acribillo a tequieros. Y se pone recta, de repente, orgullosa de ser suya, quien lo fuera. Mientras él, erguido, se siente querido sin comprenderlo."
Me gusta cuando me siento así...
-ciencia-