16 abril 2011

Tarde en el río

Déjame ser yo, vida, déjame ser río en primavera, y en la orilla el sonido de mi alma verdadera. Déjame ver, de ese tronco, mi intímidad entera. Y déjame respirarte profundo, aire fresco, nieve fundida ante mis ojos, viéndote pasar sin frío, viéndote rasgar el filo de las piedras.

Y esta orilla, en primavera, verde hierba y monte, y musgo, y un momento para mí, que pasa escribiendo sin prisa, sin miedo a las nubes, sin chaqueta.

Te veo, casa vacía, y un día estuve en ti, y otro día en el camino, y otro día riendo en el río. Déjame volver a desnudarme ante ti.

Déjame ser yo, vida, déjame no necesitar ser pájaro que pía. Déjame no oír los coches, y que se vaya el Sol, que sea de noche ante el broche de las montañas, desmontañeándose aquí, sin vergüenza quitándose el relieve, sin vergüenza carcomiéndose las rocas.

Tú, río, que sigues pasando ante mí sin zapatillas, me descalzo ante ti, haces cosquillas en mis dedos, los mojas, y aunque tenga un poco de frío, suspiro y vuelvo a reir dentro tuyo.

Acompáñame cuando me vaya a casa, y cuando llegue que siga oliendo a verano aproximándose, a romero y a junco. Y que cuando me vaya siga viendo Graus a lo lejos, y mis calcetines a lo lejos, y que el aire siga queriendo llevarse los folios. Que el bolígrafo siga acabándose ante tus ojos.

Cuando me vaya, río, déjame seguir siendo yo.

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